El noble guerrero había
vencido en la palestra a todos sus innobles enemigos, a los que hizo morder el
polvo, dejarretó a sus caballos, abolló sus armaduras, arrojó al barro sus
sucios estandartes y a ellos les hizo huir vencidos y derrotados.
Pero un día se
despierta en su tienda y se da cuenta de que ha desaparecido su armadura, no ve
su escudo, su estandarte ha sido desgarrado y sus armas quebradas e inútiles.
Llama a su escudero, a
sus pajes, a sus amigos…, nadie acude. Asomado a su tienda observa que sus
enemigos vencidos se han reunido y ocupado todo el palenque, y su caballo, el
noble bruto que le condujo a tantas victorias, agoniza pataleando atravesado
por cien lanzazos.
No ve al principio a su
escudero, pajes y amigos, hasta que los distingue vestidos con las ropas de sus
enemigos y con sus emblemas en el pecho. Se da cuenta de que aprovechándose de
su larga siesta, los enemigos han vuelto, y los amigos traicionado.
Y el guerrero que fuera
vencedor en mil combates se pregunta: ¿qué habré hecho para que pudiera ocurrir
esta infamia?. Y por fin cae en la cuenta: mi confiada siesta ha sido
demasiado larga.
FUENTE:
“El Implacable” N° 216 de agosto 2014. Web: www.elimplacable.es